Concepto
En el mes de marzo de 2000 se celebró en Lisboa una reunión extraordinaria del Consejo Europeo que, bajo el título de “Empleo, reforma económica y cohesión social: hacia una Europa de la innovación y el conocimiento”, aprobó una estrategia global de política económica y social, con el fin de alcanzar lo que se denominó como objetivo estratégico de la Unión Europea para 2010.
Esta estrategia constituyó la respuesta conjunta de los Gobiernos europeos a distintos retos a los que se enfrentaban sus economías, y en particular los relativos al menor crecimiento de la renta y de la productividad así como al proceso de globalización.
De hecho, el PIB per cápita medio de la UE respecto a los Estados Unidos se situaba en torno al 70 %, y no se había registrado en la última década una tendencia convergente. Por tanto, uno de los primeros objetivos era impulsar este proceso de convergencia, ya que entre 1996 y 2006, la tasa de crecimiento media anual de la economía del área del euro en términos per cápita fue del 2,1 % frente al 2,4 % de Estados Unidos, de forma que la brecha entre las dos economías se había ampliado en 0,3 puntos porcentuales cada año.
Este proceso de convergencia se pretendía lograr impulsando tanto el crecimiento del empleo (una de las características de la economía europea desde los años ochenta era la elevada tasa de paro estructural) como el crecimiento de la productividad (la tasa de crecimiento de la productividad se había reducido desde los noventa y se situaba por debajo de la de Estados Unidos).
Por todo ello era necesario eliminar obstáculos al crecimiento de la productividad, la participación laboral y el dinamismo económico. Además, la evolución del factor demográfico generaría problemas de sostenibilidad de los sistemas de bienestar social, que afectarían negativamente al crecimiento del producto potencial. La reducción de la tasa de natalidad y el aumento de la esperanza de vida estaban dando lugar a un envejecimiento de la población europea y a un aumento de la tasa de dependencia, lo que supuso un reto importante para la sostenibilidad del modelo europeo.
También el rápido cambio tecnológico y la aceleración del proceso de globalización cambiaron los patrones mundiales de producción y comercio, lo que afectó a la competitividad externa de la zona euro. Concretamente, el incremento de la competencia internacional derivado de la globalización de la economía y el desarrollo de la sociedad del conocimiento requería reformas estructurales que permitieran a las economías europeas adaptarse a los cambios estructurales que se iban a producir y mejorar su capacidad de competir.
Contenido de la Estrategia de Lisboa
La Estrategia de Lisboa combinaba la necesidad de readaptar el modelo a las nuevas circunstancias con el compromiso “una economía de mercado que debe funcionar de modo justo”.
Literalmente, el objetivo estratégico para 2010 recogía la ambición de “convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con mayor cohesión social”. Por tanto, el objetivo no era solo crecer más, sino hacerlo en un contexto de creciente apertura exterior, creando empleo y garantizando la cohesión social y la sostenibilidad ecológica.
Para alcanzarlo, se propuso la adopción de un conjunto de reformas estructurales en cinco ámbitos principales como la realización de la sociedad del conocimiento, la reforma económica, el fomento del dinamismo empresarial, el empleo y la cohesión social y la sostenibilidad medioambiental.
Estas actuaciones por el lado de la oferta se combinaron con unas políticas macroeconómicas que aseguraban la estabilidad nominal, pero que también eran favorables a un crecimiento suficiente de la demanda, apoyando el crecimiento en las fases de debilidad cíclica. Inicialmente, la componente macroeconómica de la Estrategia hacía énfasis prácticamente de forma exclusiva en la estabilidad nominal. Sin embargo, desde la crisis iniciada en 2001 se reconoció cada vez más la importancia que tenían también las políticas de demanda como instrumentos de estabilización cíclica. Por ejemplo, en la revisión intermedia de la Estrategia de Lisboa que se lleva a cabo en el Informe Kok se afirma lo siguiente: “Los objetivos de la Estrategia no podrán conseguirse en un entorno de estancamiento o bajo aumento de la demanda. El marco macroeconómico, tanto la política monetaria como la política fiscal, debe respaldar el crecimiento lo más posible. Teniendo esto en cuenta, el Grupo de Alto Nivel se congratula por las recientes reformas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento propuestas por la Comisión Europea. Estas reformas ofrecen flexibilidad para aplicar políticas económicas contracíclicas sin perder de vista la importancia de la estabilidad”.
La mayoría de reformas impulsadas por la Estrategia de Lisboa recaían bajo la competencia de los Estados, por lo que se debían aplicar a nivel nacional. Sin embargo, en la mayoría de los casos se consideraba que serían más eficaces si se llevaban a cabo de forma concertada por todos los países (dos ejemplos muy claros son el impulso de la I+D, donde se pueden producir economías de escala, o las medidas de apertura de los mercados, donde existen economías externas positivas). Por ello, para impulsar la puesta en marcha de la Estrategia se puso en marcha un proceso de supervisión multilateral conocido como Método Abierto de Coordinación, que era un método de supervisión multilateral o entre pares, que se cuantificaban los objetivos, se establecían calendarios conjuntos y se fijaban indicadores estructurales para evaluar los logros. En este proceso los países informaban anualmente de los progresos realizados y la Comisión hacía un informe conjunto. Posteriormente, se analizaba en la Cumbre de Primavera.
La Comisión impulsó esta coordinación de las políticas nacionales, preparando el “Informe de Primavera”. Además, algunas medidas se aplicaron desde el ámbito europeo (por ejemplo: mercado interior y financiación I+D).
Para verificar los progresos registrados en cada país se constituyeron 128 indicadores estructurales agrupados en seis campos: marco económico general (11 indicadores), empleo (24), innovación e investigación (26), reforma económica (27), cohesión social (23) y medio ambiente (17).
Para centrar la atención en los objetivos más significativos de la Estrategia y tener una visión más concisa de los progresos obtenidos, la Comisión basó su Informe de Síntesis en una “lista corta” que contenía 14 indicadores, como el PIB per cápita, la productividad laboral por persona empleada, la tasa de empleo, la intensidad energética de la economía y el gasto interno bruto en I+D, entre otros.
A pesar de que la adopción de las medidas propuestas en el Consejo de 2000 habían contado con un apoyo casi generalizado de los Estados miembros, la puesta en marcha de las mismas resultó ser insuficiente en muchas áreas. Por este motivo, en el Consejo Europeo de primavera 2005, la Unión Europea y sus Estados miembros se comprometieron a una nueva colaboración dirigida a garantizar el crecimiento y el empleo sostenibles y se acordó un nuevo esquema de gobierno de la Estrategia de Lisboa revisada que pasaba por la adopción por parte del Consejo de unas Directrices Integradas para el crecimiento y el empleo para períodos de tres años. La Comisión presentaba, pues, las Directrices Integradas para el Empleo y las Orientaciones Generales de Política Económica en un mismo documento. Estas directrices se referirían simultáneamente a las políticas macroeconómicas, al empleo y a las reformas estructurales.
Sobre la base de dichas Directrices los Estados miembros deberían establecer sus respectivos Programas Nacionales de Reforma para ese período. En el nuevo esquema de gobierno se acordó también que la Comisión informara anualmente sobre la aplicación de la Estrategia tanto a nivel comunitario, como evaluando los desarrollos nacionales y que, basándose en el análisis de la Comisión, el Consejo Europeo examinara cada primavera los progresos realizados y se pronunciara sobre posibles Recomendaciones Específicas para cada Estado miembro y para la Zona Euro.
En definitiva, era necesario un liderazgo político convincente y comprometido para lograr un incremento en el crecimiento y en la creación de empleo que nos permitiera mantener el modelo social europeo. Para ello, los Estados miembros y la Comisión Europea debían redoblar sus esfuerzos para que se produjera el cambio, Sin embargo, la crisis de 2008 sumió a la economía mundial, y a la europea, en una recesión aguda que hizo cambiar de rumbo repentinamente la política económica europea. Así, el Consejo Europeo de diciembre de 2009 propuso revisar la Estrategia de Lisboa para hacer frente a los retos que planteaba el futuro teniendo como punto de partida la crisis económica, surgiendo la sucesora de la Estrategia de Lisboa que expiró en 2010, para dar paso a la denominada Estrategia Europa 2020.
Recuerde que...
- • La mayoría de reformas impulsadas por la Estrategia de Lisboa recaían bajo la competencia de los Estados, por lo que se debían aplicar a nivel nacional. Sin embargo, en la mayoría de los casos se consideraba que serían más eficaces si se llevaban a cabo de forma concertada por todos los países.
- • La Estrategia de Lisboa combinaba la necesidad de readaptar el modelo a las nuevas circunstancias con el compromiso “una economía de mercado que debe funcionar de modo justo”.
- • El objetivo no era solo crecer más, sino hacerlo en un contexto de creciente apertura exterior, creando empleo y garantizando la cohesión social y la sostenibilidad ecológica.
- • En 2009, el Consejo Europeo de diciembre propuso revisar la Estrategia de Lisboa para hacer frente a la crisis económica de 2009, surgiendo la denominada Estrategia Europa 2020, sucesora de la Estrategia de Lisboa que expiró en 2010.