Entre los siglos X y XV, se utilizaron las denominadas caligrafías, como instrumentos para autentificar deudas y donaciones. Una caligrafía no era otra cosa que un pergamino en el que se registraba dos o tres veces un acuerdo entre dos partes. En el mismo documento se repetía el acuerdo, separándolo por espacios, en los que se escribían con caracteres góticos palabras como “caligrafía”, “Christus”, etc. Después se hacían cortes ondulados sobre las palabras separadoras, a fin de poder verificar en su momento que lo escrito en origen no había sido alterado o falsificado.
Evidentemente, solo podían utilizarlo personas que supieran leer y escribir, lo cual no era muy habitual en la época, aunque existían los escribas, que suplían este problema para las personas iletradas, existiendo testigos —normalmente trece— que daban fe de lo acordado. Estos documentos son el origen de lo que ahora conocemos como “contratos por duplicado”.
Por ejemplo, las donaciones a la Iglesia se realizaron a lo largo de la Edad Media utilizando esta técnica. En Gran Bretaña se conserva una caligrafía del año 901, escrita en latín, que registra el regalo de una propiedad a un monasterio, realizada por el concejal de Mercia, AEthered y su mujer, AEthelflaed, y que constituye la caligrafía más antigua conservada en este país.
En Francia, la caligrafía más antigua que se conserva es del año 944, y fue redactada por el abad Odbert de Saint-Bertin para confirmar una donación de tierras de sus predecesores a Lotear, hijo y heredero del receptor original. En muchos casos, el donante era analfabeto, y se le hacía que firmara con una cruz, haciéndole ver que falsear el acuerdo de donación haciendo la señal de la cruz, podía tener serias consecuencias en el Más Allá.